El viernes
pasado le concedieron el Premio Nobel de Literatura a Alice Munro. La primera
vez que oí hablar de esta escritora canadiense fue gracias a la recomendación
de un compañero - por cierto, profesor de matemáticas aunque seguramente
hubiese podido dar clases de literatura igual o mejor que muchos de los que nos
dedicamos a ello, dados sus conocimientos literarios y su exquisita
sensibilidad para los libros y la escritura.
Me
alegré por dos razones: primero, porque aunque sólo he leído algunos relatos de
esta autora (los que se reúnen en el libro Odio,
amistad, noviazgo, amor, matrimonio) y no soy quien, por tanto, para opinar
sesudamente, su escritura y su mundo narrativo , pequeño y recurrente pero original y personalísimo , me parece merecedor
del reconocimiento que otorga un premio como este; segundo, me alegré por el
hecho de que recayese en una mujer, pues aún en nuestros días el “porcentaje
femenino” en todos los ámbitos es bastante pobre.
Podría añadir
también que me ha gustado porque , de alguna forma, se premia también un género,
el cuento, el mundo del relato más o menos breve, que durante años se consideró
de carácter menor.
Y para hablar
de ella, nada mejor que acudir a alguna de las semblanzas que otros escritores
le han dedicado. En este sentido, he escogido un artículo de Antonio Muñoz Molina
, publicado en Agosto de 2005 en El País.
Enhorabuena a la "duquesa de Ontario".
HUIDA Y VOCACIÓN
Antonio Muñoz Molina
Alice Munro tiene una espléndida corola de pelo blanco luminoso y revuelto y
una gran sonrisa que se convierte fácilmente en carcajada durante las
entrevistas que le hacen en la radio. A los 74 años, no es una de esas mujeres
de las que se dice que han debido de ser muy guapas: es una mujer muy guapa,
con una cara de expresión tan intensa como las aventuras de su vida, con unos
ojos brillantes en los que se mantiene intacta la curiosidad por el mundo que
la llevó a concebir para sí misma una resuelta vocación literaria desde el
principio de su adolescencia. Las coordenadas de su biografía son las mismas
que las de su literatura: nacida en 1931, en una zona rural de la provincia de
Ontario, conoció de niña la exaltación de la naturaleza y de los espacios abiertos
y también las penurias de la Depresión./../ El principio de su vida adulta coincidió con
el salto del pasado rural a la prosperidad suburbana y al primer consumismo de
los años cincuenta. La niña aventurera y lectora, aficionada a inventar para sí
misma novelas y porvenires fabulosos, atada al aislamiento y a la escasez de la
granja familiar y al mismo tiempo empapada en las impresiones paradisiacas de
una infancia en estrecho contacto con una naturaleza todavía parcialmente
indomada, se convirtió primero en estudiante pobre y con beca en una
universidad provinciana y luego en ama de casa, atrapada fatalmente en una vida
de obligaciones domésticas, embarazos, crianza de hijos, subordinación a la
carrera o al negocio del marido, en su caso una librería en Vancouver.
En la universidad, Munro había empezado a publicar algunos cuentos en revistas
y a recibir alguna atención. Su retirada hacia la vida familiar la redujo
durante años a un silencio que seguramente tenía mucho de capitulación. Desde
niña se había sabido rara y distinta, y había comprendido que para no sufrir el
escarnio de los demás tendría que disimular, fingir que acataba las
expectativas permitidas a una mujer. Preferir secretamente la vocación de la
literatura a la de la maternidad tenía algo de impulso de perdición.
De esos años en los que se debió de ver a sí misma atrapada por la
invisibilidad y la renuncia, encerrada en la vida de conformidad y confort que
retrataban las películas -el marido, los hijos, la casa con jardín, los
electrodomésticos- procede un tipo de personaje que se repite mucho en las
historias de Alice Munro: la mujer que guarda sus sentimientos y sus pasiones
para sí, debajo de una superficie apacible, y que de pronto un día se atreve a
hacer algo que le provoca remordimiento pero de lo que no se arrrepiente,
porque sabe que no podría haber actuado de otra manera./…/
En las historias de Alice Munro las protagonistas saben que elegir tiene un
precio muchas veces muy alto, y que lo más deseado, lo que más se corresponde
con la verdad íntima de uno mismo, puede ser dañino o cruel para otros. Su
atención cuidadosa y escrutadora a los sentimientos es un cristal transparente
que no se empaña nunca de complacencia ni de sentimentalismo. Sus mujeres
tienen la tentación urgente del porvenir y el legado de una memoria que las
vincula a un ayer extinguido, opresor y mezquino, marcado por la pobreza y las
tristes sombras familiares, pero también iluminado por las sensaciones de la
infancia. Dice Alice Munro que tiene muy buena memoria: que al ver al cabo de
50 años una foto en blanco y negro de los alumnos de su clase podía acordarse
de los colores de la ropa que cada uno llevaba. En su escritura, tan limpia,
está esa claridad en las percepciones, esa capacidad de revivir los pormenores
de un objeto vulgar o de una planta o del plumaje de un pájaro y de transmitir
el tono de una voz y las singularidades del habla de alguien.
La oí decir hace poco, en la radio, que muchas veces ha empezado historias que
le parecían destinadas a convertirse en novelas, pero que siempre acaban siendo
relatos más o menos cortos, con frecuencia sutilmente conectados entre sí. Lo
decía riéndose, como aceptando una fatalidad contra la que no puede hacer nada.
Pero los relatos de Alice Munro contienen muchas veces novelas enteras, abarcan
amplitudes temporales y saltos de generaciones que uno no imaginaba que
pudieran caber en el espacio de unas pocas decenas de páginas. /…/
Su mundo es limitado, en el espacio y en el tiempo, en el repertorio
de sus temas y de sus imágenes, y a la vez parece prácticamente infinito. Desde
la primera línea uno sabe que ha ingresado en un cuento de Alice Munro y
agradece esa familiaridad, y al mismo tiempo se mantiene alerta para apresar
los nuevos matices, los quiebros, los espacios en blanco, las sorpresas con las
que sin duda va a encontrarse/../
Su naturalidad es tan
perfecta, sus personajes parecen tan comunes, que no siempre se advierte a
primera vista la magnitud de su talento. Esa señora canadiense de pelo blanco,
de voz educada e irónica, de risa fácil, es uno de los grandes en la literatura
de ahora mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario