En relación a la entrada
anterior, la del Concurso de relatos cortos y microrrelatos del AMPA, si optáis
por escribir éstos últimos, os será útil tener en cuenta lo siguiente:
1. Un microrrelato es una
historia “mínima” y no el resumen de un
cuento más largo, ni una anécdota, ni una ocurrencia.
2. A diferencia de los
relatos, el esquema narrativo de nudo - desarrollo -desenlace, no funciona. Es
demasiado largo para este estilo de contar historias. El microrrelato elimina
el desarrollo y se apoya en el clímax para darle un giro inesperado. Parte de su
fuerza está en conseguir provocar la sorpresa en el lector.
3. Habitualmente el
periodo de tiempo que se cuente será pequeño. Es decir, no transcurrirá mucho
tiempo entre el principio y el final de la historia. Del mismo modo, conviene
evitar la proliferación de personajes.
4. Para evitar alargarnos en la presentación y
descripción de espacios y personajes, es aconsejable seleccionar bien los
detalles con los que serán descritos. Un detalle bien elegido puede decirlo
todo.
5. Un microrrelato es,
sobre todo, un ejercicio de precisión en el contar y en el uso del lenguaje. Es
muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y también lo que no
se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor. Por esta
razón, en un microcuento el título es esencial: no ha de ser superfluo, es
bueno que entre a formar parte de la historia y, con una extensión mínima, ha
de desvelar algo importante.
6. Pese a su reducida
extensión y a lo mínimo del suceso que narran, los microcuentos suelen tener un
significado de orden superior. Es bastante habitual que el autor del
microrrelato juegue con la ambigüedad del lenguaje, y la elocuencia de lo que
no se dice. En definitiva, piensa distinto, no te conformes, huye de los
tópicos. Uno no escribe (ni microrrelatos ni nada) para contar lo que ya se ha
dicho mil veces.
A continuación tenéis algunos de grandes escritores y escritoras. ¡Disfrutadlos!
EL POZO, de Luis Mateo
Díez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas
tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la
familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de
aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió
una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro
cualquiera», decía el mensaje.
CRIANZAS, de Cristina Peri-Rossi
Siempre imagino que mi madre tiene nada más que veinticinco años (la edad
que ella tenía cuando yo nací), de ahí que me enfurezca si la oigo arrastrar
los pies, cloquear, toser, pensar como una vieja. No entiendo por qué a los
veinticinco años le han salido arrugas ni me explico cómo siendo tan joven se
acuesta tan temprano.
Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal
descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar
dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que en seguida
recupera sus veinticinco años.
Ella me trata a mí continuamente como si yo fuera una niña, por lo cual nos
entendemos perfectamente. No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para
nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría
hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de veinticinco: a nuestros
funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás
llegaron a crecer.
Ciertos pescadores sacaron del fondo una
botella ,
de Wislawa Szymborska:
Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella.
Había en la botella un papel, y en el papel estas palabras: “¡Socorro!,
estoy aquí. El océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y
espero ayuda.¡Dense prisa. Estoy aquí!”
–No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber
flotado mucho tiempo –dijo el pescador primero.
–Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano –dijo el
pescador segundo.
–Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla “Aquí” está en todos lados
–dijo el pescador tercero.
El ambiente se volvió incómodo, cayó el silencio. Las verdades generales
tienen ese problema.
EL GESTO DE LA MUERTE, de Jean Cocteau
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza.
Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe
encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
UN SUEÑO, de Jorge Luis
Borges
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin
puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene
la forma de círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular,
un hombre que se parece a mí escribe, en caracteres que no comprendo, un largo
poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un
hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer
lo que los prisioneros escriben.
El TIOVIVO, de Ana María Matute
El niño que no tenía
perras gordas merodeaba por la feria con las manos en los bolsillos, buscando
por el suelo. El niño que no tenía perras gordas no quería mirar al tiro en
blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos,
encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tenía perras
gordas, cuando miraba con el rabillo del ojo, decía: “Eso es una tontería que
no lleva a ninguna parte. Sólo da vueltas y vueltas y no lleva a ninguna
parte”. Un día de lluvia, el niño encontró en el suelo una chapa redonda de
hojalata; la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que viera nunca. La chapa
brillaba tanto que el niño la cogió y se fue corriendo al tiovivo, para comprar
todas las vueltas. Y aunque llovía y el tiovivo estaba tapado con la lona, en
silencio y quieto, subió en un caballo de oro que tenía grandes alas. Y el
tiovivo empezó a dar vueltas, vueltas, y la música se puso a dar gritos entre
la gente, como él no vio nunca. Pero aquel tiovivo era tan grande, tan grande,
que nunca terminaba su vuelta, y los rostros de la feria, y los tolditos, y la
lluvia, se alejaron de él. “Qué hermoso es no ir a ninguna parte”, pensó el
niño, que nunca estuvo tan alegre. Cuando el sol secó la tierra mojada, y el
hombre levantó la lona, todo el mundo huyó, gritando. Y ningún niño quiso
volver a montar en aquel tiovivo.
FEROZ, de Paz Monserrat Revillo
En el pueblo no se habla
de otra cosa que de la preocupante plaga de Caperucitas que asola nuestros
bosques.
Desde que desapareció su
depredador natural las de rojo provocan accidentes, destrozan los huertos y
remueven la tierra buscando raíces después de la lluvia. Por las noches
merodean por los polígonos industriales y se acercan a los límites de la
ciudad para hurgar en los contenedores de basura.
Algunos municipios
organizan batidas clandestinas que reúnen a los habitantes más siniestros de la
comunidad.
Cada vez que los
ecologistas proponen reintroducir el lobo ibérico, los ganaderos salen a la
calle con escopetas y garrotes.
Mientras tanto, ellas
deambulan en pequeños grupos, con la mirada alucinada y mostrando una maraña de
pelo color miel bajo sus harapientas caperuzas. Si se les acorrala cuando van
con sus crías-esas deliciosas y pálidas criaturas-se revuelven y atacan con
ferocidad.
En el bar yo no me
pronuncio sobre el asunto, pero estoy haciendo mucho más que todos esos
charlatanes para solucionar el problema. Cada veintiocho días, siguiendo mi
naturaleza, acudo al llamado de la luna llena. Me muerdo el aullido que
brota de mis entrañas, y salgo de cacería.
TRANVÍA, De Andrea Bocconi
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. «Amplia sonrisa,
caderas anchas… una madre excelente para mis hijos», pensó. La saludó; ella
respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía. Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía. Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»
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