lunes, 27 de enero de 2014

"Raquel" un relato de Jorge Luján


Raquel abrió los ojos progresivamente. ¿Dónde estaba? No podía recordar nada con claridad. Las ideas se arremolinaban en su mente como un incesante torbellino que la  abrumaba y le impedía pensar con claridad. Echó un vistazo a su alrededor, y lo que observó la asombró aún más. Se encontraba tumbada en una camilla de una sala fría y blanca. No había nadie más con ella. Cuando intentó incorporarse, algo tiró de su brazo. Se volvió y se dio cuenta de que estaba conectada a un gotero. Aquello era un hospital.

De repente recordó. Se había desplomado en clase... o algo así. Un desmayo, probablemente. Últimamente se  había encontrado algo mareada. “Bueno”, solía decirse a sí misma, “es el precio que hay que pagar”. Pero, aun así, nunca la habían conectado a un gotero y encerrado en una habitación de hospital.

Trató de recordar cómo había empezado todo aquello. Debió de ser hacía unos cuantos meses. Hasta entonces todo estaba yendo bien en su vida. No era la más inteligente de la clase, pero las cosas le iban bastante bien y tenía un montón de amigas...

* * *
Fuera, en la sala de espera, los padres de Raquel esperaban impacientes noticias de su hija. Fernando, el padre, consultó su reloj por enésima vez. Julia, su mujer, tenía el rostro enterrado entre sus manos. Fernando recordaba en ese instante cómo había recibido la llamada del director del instituto minutos antes y cómo había salido precipitadamente del trabajo hacia el hospital. Julia se preguntaba por qué le estaría pasando esto a su hija, y si no tendría ella parte de la culpa.

* * *
Raquel continuaba recordando. Miguel. Sí, todo había empezado cuando él había llegado. Ella se había enamorado perdidamente de él desde el primer instante, pero él parecía no darse cuenta. ¿Por qué no se fijaba en ella? Un día, hojeando una revista de moda, se le ocurrió que quizás estuviera demasiado gorda. Al principio, la idea le pareció ridícula. A sus 15 años, pesar 54 kilos no estaba nada mal... ¿o sí? Fue a mirarse en el espejo. Se comparó con las modelos de su revista. Puede que sí que estuviera un poco gorda... Tomó la repentina decisión de perder peso como fuera. Sin duda, era necesario si quería conquistar a Miguel.

* * *
Marta y Laura comentaban en ese mismo instante en el patio los sucesos de la hora anterior.
– Últimamente Raquel está muy rara, ¿no crees? – preguntó la primera.
– Sí que es cierto... Y ha adelgazado un montón. Para mí que no come – respondió la otra.
– Pero... ¿Tú de verdad crees que ha sido por eso por lo que se ha desmayado?
– Pues claro, ¿por qué si no?
– Jolín, ¡qué fuerte!

* * *
Desde la camilla del hospital, Raquel repasaba los eventos que le habían llevado a su estado actual. Primero se había apuntado a un gimnasio. Todas las tardes, después del instituto, iba a hacer ejercicio para perder peso. Cuando se duchaba después, siempre se pesaba. La aguja que marcaba el 54 parecía no moverse nunca del sitio. Así que decidió que debería comer un poco menos. Comenzó suprimiendo el almuerzo. Tiraba el bocata que le ponía su padre todos los días a la papelera sin que nadie se diera cuenta. No les dijo nada a sus padres. Sabía que no lo entenderían. El tiempo pasaba y la aguja de la báscula seguía fija. Los días que sus padres salían o no estaban en casa no comía.

Raquel recordó entonces aquel día que Marta y Laura la habían invitado a ir con ellas a la 
piscina.
– ¡Hey, Raquel! Mañana hemos quedado para ir a la piscina. ¿Te vienes?
Raquel dudó un momento.
– Esto... No sé...
– ¡Venga, vente! – la animó Laura. – Vendrá Miguel y todo...
Esto hizo a Raquel dudar más aún.
– Nos lo pasaremos bien – añadió Marta.
– Bueno, está bien... – cedió Raquel
– ¡Genial! Nos vemos mañana a la entrada del parque para ir todos juntos.

Esa noche, Raquel se pesó una vez más. Se probó el bañador y se miró en el espejo. Seguía estando muy gorda. Incluso más que cuando se dio cuenta la primera vez. O eso le pareció a ella. Al día siguiente no se presentó en el punto de encuentro acordado. Cuando sus amigas le preguntaron 
alegó que se encontraba mal y había estado en cama toda la tarde.

Poco a poco, Raquel fue comenzando a perder peso, pero su obsesión se había vuelto ahora patológica, y ella seguía opinando que debía adelgazar más. De pesarse una vez al día, pasó a hacerlo varias. Su humor comenzó a cambiar. Pasó de ser una chica alegre y simpática a ser reservada, irascible e insociable. Sus notas bajaron considerablemente. Los profesores entonces comenzaron a preocuparse. Al principio no le dieron importancia, pero con el tiempo sospecharon que algo pasaba. Un día, finalmente, el tutor la citó para hablar con ella.

– Raquel, el resto de profesores y yo hemos notado que últimamente estás un poco rara – le dijo cuando ambos estuvieron sentados cara a cara en la mesa del aula desierta –. Realmente estamos preocupados por ti. Tus notas han bajado considerablemente. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? ¿Has tenido algún problema con algún compañero de clase o con algún profesor...?
– No, de verdad, – contestó ella –. Estoy perfectamente, no se preocupe. Es sólo que estoy un poco... estresada con tantos exámenes y tal...
– ¿Estás segura? Sabes que cualquier cosa que necesites...
– Sí, sí. Estoy bien. Intentaré solucionar lo de las notas.
Y diciendo esto, Raquel se levantó de la mesa y salió precipitadamente del aula. El tutor le dirigió una mirada de preocupación mientras desaparecía por la puerta.

Los padres de Raquel trabajaban muchas horas, circunstancia que les imposibilitaba comer en casa varios días a la semana. Estos días, Raquel no tenía problema alguno. Simplemente no comía. Pero el problema llegaba cuando sus padres sí estaban en casa. Cuando se distraían o se iban a la cocina a por algo, Raquel escondía parte del contenido de su plato en una bolsa de plástico preparada al efecto y escondida bajo su sudadera, que más tarde bajaba directamente al contenedor para que sus padres no la descubrieran. Pero cuando esto no le era posible, les decía a sus padres que no tenía hambre, y ellos comenzaron a preocuparse también. Intentaron hablar con ella, pero cuando le preguntaban al respecto, respondía con excusas similares a la que le había dado al tutor: que estaba agobiada por los exámenes, o simplemente que le dolía un poco la cabeza.

Cuando Raquel estaba recordando estos hechos, la puerta se abrió súbitamente. En el umbral apareció una enfermera rubia que se le acercó con una sonrisa.
– ¡Oh! Ya te has despertado... – dijo.
– ¿Qué... qué me ha pasado? – logró articular Raquel. Ya tenía una sospecha, pero quería estar segura.
– Has sufrido un desvanecimiento. Te vamos a hacer unas pruebas para averiguar la causa.
A Raquel esto no le hizo mucha gracia. Si averiguaban la verdadera causa de su desmayo, probablemente la vigilarían y la obligarían a comer. Y Raquel aún se sentía muy gorda. En ese 
instante entró un médico de aspecto rubicundo, pelo canoso y bigote prominente. Se acercó a Raquel y la saludó, preguntándole cómo se encontraba.
– Algo mejor, gracias – contestó ella, mientras el médico sacaba un tensiómetro del armario.
– ¿Era la primera vez que te pasaba? – preguntó.
Raquel asintió con la cabeza.
– ¿Te has sentido mareada últimamente?
– Sí, en los últimos meses me he encontrado mareada en varias ocasiones, a veces se me nublaba la vista, y cosas así.
El doctor asintió.
– ¿Comes adecuadamente? – preguntó.
– ¿Cómo?
– ¿Te saltas comidas, estas haciendo alguna dieta...?
– Yo..
– Lo suponía. ¿No eras consciente de lo peligroso que era lo que hacías?
Raquel bajó la mirada.
– Bueno, no te preocupes – continuó él–. No va a ser fácil, pero vas a recuperarte. Vas a tener que ser fuerte. Ahora he de salir fuera a informar a tus padres de que estás bien. Deben de estar muy preocupados.

* * *
Fernando y Julia seguían dando vueltas en su cabeza a lo que estaba ocurriendo. Julia recordó en ese momento que a su hija antes le encantaba ir con ella de compras y probárselo todo. Pero últimamente parecía que lo evitaba. Julia le había propuesto ir a comprar un vestido para la boda de un primo suyo, y ella le había contestado con largas y había ido posponiéndolo semana tras semana. Sin embargo, no alcanzaba a entender el porqué, más allá de sospechar que estaba de alguna forma relacionado con lo que le estaba pasando últimamente a su hija y con este súbito desmayo. Fernando también había notado los extraños cambios de humor de su hija. La había invitado a ir al cine para animarla, y también se había negado.

Ambos se levantaron de un salto a la vez en cuanto vieron al doctor Moreno entrar por la puerta de la sala de espera y dirigirse hacia ellos.
– No se preocupen –les dijo –. Su hija se ha despertado y está mejor.
Ellos se miraron y dejaron escapar un suspiro de alivio.
– ¿Qué le ha pasado, doctor? – se animó a preguntar Julia.
– Verán, su hija ha tenido un desvanecimiento por falta de nutrientes. El análisis ha revelado un alto grado de anemia, un claro déficit de glucosa en sangre y algún que otro problema menor.
Fernando y Julia se volvieron a mirar. La sonrisa había desaparecido de sus rostros, que ahora 
presentaban una expresión preocupada.
– ¿Pero.. por qué? – preguntó Fernando.
– Su hija... es anoréxica – concluyó su diagnóstico el médico.

* * *
El doctor Moreno colgó su bata blanca en la percha de su despacho. Suspiró. Había sido un día duro... Se puso su chaqueta y se dirigió hacia el ascensor. Como hacía cada día en su trayecto a casa, se puso a repasar todos los casos con los que se había topado ese día. Salió por la puerta principal y el frío nocturno le golpeó en la cara con fuerza. Su casa estaba apenas a unas manzanas de allí, así que todas las noches volvía caminando.
Recordó entonces el caso de Raquel. Le había chocado especialmente. Él también tenía una hija adolescente, y el tema de la anorexia le preocupaba. Últimamente el número de pacientes que llegaban al hospital con anorexia crecía desmesuradamente. Y era una enfermedad peligrosa.

Recordaba perfectamente la expresión de los padres cuando les había anunciado su diagnóstico. Entonces les había dirigido unas palabras reconfortantes y les había indicado que en breve podrían entrar a ver a Raquel, en cuanto la trasladaran a una habitación. Mientras tanto, les había explicado que no debían reñirla ni hacerla sentir culpable, que aquello iba a ser difícil y que iba a necesitar mucho apoyo. Les había recomendado que consultaran a un psicólogo para que les ayudara. Entonces se había acercado la enfermera y les había avisado de que Raquel estaba ya en su habitación. Él mismo los había conducido a ella y había contemplado el reencuentro. Los tres se habían abrazado, y los padres no habían dejado de decirle cuán preocupados habían estado por ella y cuánto la querían.

El doctor Moreno no pudo evitar sentir compasión por aquella familia sobre la cual se cernían días difíciles. La anorexia era una enfermedad difícil de combatir, y siempre existía la amenaza de una recaída. Era, ante todo, una patología mental, y como tal, la tenía que tratar un psicólogo o un psiquiatra. Pero el tratamiento no era tan sencillo como pudiera parecer en un principio. La anorexia era una distorsión de la realidad. Se asentaba en la mente del paciente con tanta fuerza que, sin importar cuán delgados estuvieran, ellos se veían extremadamente gordos. Y esto era una convicción bien difícil de eliminar.

Entonces se preguntó la razón. ¿Por qué, de repente, tan gran número de adolescentes desarrolla esta enfermedad, hasta el siglo pasado, más bien rara? “Sin duda”, se respondió el mismo, “la causa es la presión que ejerce esta sociedad discriminatoria e idólatra, que erige como modelos físicos a las supermodelos superdelgadas que son convertidas en productos de consumo por revistas y canales televisivos. Un imperceptible bombardeo publicitario que nos va calando inconscientemente, cambiando nuestros modos de pensar, nuestros valores y nuestros principios por el ideario de una sociedad hipócrita y degradada que ya no elige sus propias ideas, si no que éstas son implantadas por los que dirigen los medios de comunicación.”

El médico alcanzó la puerta de su patio y sacó su llave, apesadumbrado por sus negros pensamientos. ¿Era ésta la sociedad que él deseaba para sus hijos? ¿Podía él intentar cambiarla? La llave giró en la cerradura y Moreno se internó en el oscuro vestíbulo mientras fuera, la luna salía de detrás de una negra nube, iluminando con un rayo de esperanza las vidas de todos aquellos que, como Raquel, eran víctimas de la presión social en la que vivían.

1 comentario:

  1. Me ha encantado el relato. Me ha atrapado desde el primer momento. Quizá porque yo viví una situación similar muy cercana ...Gracias por escribir sobre esto.

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