domingo, 12 de enero de 2014

Julio Cortázar: conmemorando con textos


- Julio Cortázar..., seguro que os suena este escritor, que habéis  leído algo suyo, ¿cierto?


Cuando surge este tipo de mención  en clase, normalmente en los cursos superiores- segundo ciclo o Bachiller- , en principio a casi todos les cuesta responder o parecen no acordarse de este autor. Lo más normal es que les suene vagamente.  
Sin embargo, enseguida que les menciono que de él es el texto "Instrucciones para subir una escalera" o "para dar cuerda al reloj" o el relato "Continuidad en los parques" , todos recuerdan esos textos inmediatamente. Es lo que tiene la escritura de Cortázar: que marca, que sorprende, que atrapa, desde el texto breve a la misma Rayuela, esa novela extensa, desconcertante en su lectura, en la que el lector titubea sobre por dónde empezar, cómo avanzar, qué sentido adquiere ; un laberinto maravillosos en el que el lector se pierde gozosamente al quedar atrapado en una casilla, en unas líneas, en una imagen..
En 2013, ese "año sombrío " que acabamos de dejar atrás, se conmemoró el cincuentenario de la publicación en España de Rayuela. Se han sucedido actos y ediciones especiales ( de una de ellas os hablaré en la siguiente entrada) Y en este 2014 volveremos a oír citar repetidamente el nombre de Cortázar , pues se cumple el centenario de su nacimiento.
 Estaremos atentos .Y mientras , una invitación a todos: aprovechemos la circunstancia para releer o hacer una incursión en cualquiera de las obras de este grande de las letras.

Así que, a modo de aperitivo, tres textos suyos: el primero, que quizá conozcáis, son las famosas "Instrucciones para subir una escalera", de "Historias  de cronopios y de famas" ;  los otros dos son de "Rayuela" y corresponden a los  capítulo 93 y 68, por este orden. 
Al leer este último no os asustéis  si no entendéis nada, es normal; es una especie de jitanjáfora, un "lenguaje" inventado por Cortázar y que él denomina glíglico (–El glíglico lo inventé yo –dijo resentida la Maga–. Capítulo 20).  Con este recurso, en lugar de describir una escena, Cortázar sugiere la situación y hace que cada lector, al ir reemplazando mentalmente los términos sin sentido por otros procedentes de su experiencia, complete el ­significado (una pista: se describe , en lenguaje cifrado, una escena erótico-amorosa )


Instrucciones para subir una escalera

 Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
   Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
   Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


¿Por qué stop?...

...Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa."
(Capítulo 93)


Capítulo 68.

 Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

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