«Mi muy querida Jeanne, hoy es Navidad…” Debajo, con esmerada caligrafía, figuraba la última versión de la frase. “Lea”, dijo Grand, y Rieux leyó: “En una hermosa mañana de mayo, una esbelta amazona, montada en una suntuosa jaca alazana, recorría entre flores las avenidas del Bosque…»
Me remito al 13 de marzo de este mismo año para realizar mi primera entrada en vuestro blog. Allí, Sergi recordaba la faceta futbolística de Miguel Hernández. El poema escogido para los lectores se titulaba “Elegía al guardameta”.
Durante el caluroso verano me he preguntado a quién expondría en mi primera participación aquí. El verano, como el resto de estaciones, tiene a sus escritores favoritos. Y a mí no me ha quedado otra que, ante la falta de valor para hablar sobre Gabo y equivocarme, probar con Albert Camus a ver qué tal sale.
Camus, portero de joven en un modesto club de su región, saludó el verano conmigo y El Extranjero. Lo ha despedido (ahora lo hareis vosotros tras el veranillo de San Miguel) con el libro del que trato de hablar: La Peste.
Ciertamente, Meursault no habría sido condenado en Orán por no llorar la muerte de su madre como le sucede en El Extranjero. Pero, ¿habría conseguido mantener su actitud indiferente en una situación como la peste, o habría sucumbido como Rambert ante la única salida realmente posible y satisfactoria para un hombre ante una catástrofe que atañe a todo el colectivo?
Alegoría sobre la ocupación nazi sobre Europa, si en El Extranjero se nos presenta al hombre expulsado de la sociedad por el progreso post 1945, en La Peste no dejo de ver ejemplos de razones por las que luchar hasta acabar con la epidemia:
«Al día siguiente los parientes eran invitados a firmar en un registro, lo que marcaba la diferencia que puede haber entre los hombres y, por ejemplo, los perros: el control era siempre posible. »
Tanto poder tiene esta frase como los diálogos del Doctor Rieux con el Padre Paneloux y las conclusiones. La misma fuerza para forzar a la reflexión que en el caso de la discusión de Meursault con aquel sacerdote que le visita antes de morir a cargo del Estado.
Y sin embargo, el autor nos avisa. Como hacen muchos, como han hecho otros tantos y mucho antes. La derrota de “la peste” no era una victoria definitiva para la condición humana. Por ello, Camus y su personaje Rieux, siempre deberán ser médicos para sus lectores y nunca santos. Porque la felicidad siempre está amenazada, porque las sociedades bajan la guardia, porque la peste jamás desaparece del todo. Y porque el día que aterrorizados intenten escapar de las medidas profilácticas los habitantes de cualquier otra Orán, no necesitaremos rezar sino actuar. Y actuar como es debido.
Conoceremos los antecedentes para evitar apestarnos y aunque eso nos cueste la soledad y la lucha frente a la abstracción, lucharemos. Por algo, pero daremos batalla. Aunque el conocimiento podamos acabar por definirlo como “un calor de vida y una imagen de muerte”. Personalmente, mi último cometido se presenta en dejar la mejor y más coherente imagen de mí mismo y un agradable calor por si algún día me sorprenden las circunstancias. Y es que, estamos apestados.
Buscando por la red, encontraba estas palabras de Camus respecto a la Guerra Civil Española: "Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa".
Creo que poco más se puede decir después de eso. Sólo recomendar las charlas entre Rambert y Rieux sobre la abstracción (“Sí, en la desgracia había una parte de abstracción y de irrealidad. Pero cuando la abstracción se pone a matarlo a uno, es preciso que uno se ocupe de la abstracción. Rieux sabía únicamente que esto no era lo más fácil.”), el relato autobiográfico de Tarrou y muy concretamente el apartado sobre su padre y las ejecuciones (parece que Camus tuvo experiencias cercanas respecto a ese desprecio absoluto acerca de la pena capital), y mostrar mi simpatía a un curioso funcionario de procedencia alemana y cuyo sueño es publicar su propia obra. Toda una declaración de intenciones, usarle a él para comenzar y acabar la entrada. Se trata de Grand, quien pese a toda la carga de trabajo, el agotamiento general, el contagio... sigue como puede ayudando en las tareas sanitarias al equipo de Rieux hasta el final. Aunque claro, no a todo el mundo le interesaba que la coyuntura finalizase prontamente. Si leéis el libro, conoceréis a Cottard.
Animaros con Albert, que las excusas del bochorno y las temperaturas sofocantes se desvanecen por horas.
Nos leemos, espero que la próxima vez con las ideas un poco más claras y algo más de soltura. Puedo confirmar ahora mismo que si hablar ante cualquier público es difícil, escribir para quien quiera echar un ojo no es tan fácil tampoco.
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¡Hola!, Miguel
ResponderEliminarMe encanta que te hayas decidido a escribir. Camus es una buena elección. Yo también lo leí en mi época universitaria. Entonces, además de estar de moda este autor, no se concebía que alguien no hubiese leído La peste o El extranjero. Hoy son menos conocidas por los jóvenes y, desde luego, es una pena pues siguen teniendo la misma vigencia. Quizá más. En una sociedad tan individualista y superficial como la nuestra sería muy conveniente leer a Camus. A ver si nuestros alumnos se animan. A mí, me has “picado” y voy a rescatar La peste de mi biblioteca.
Hasta pronto.
Hola, Elisa.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Tengo ganas de verte, ya me dirás si tienes alguna hora libre por las tardes y me acerco al instituto.
El asunto de Camus y aquella oleada no es una pena que ya no se siga en ciertos círculos, sino más bien una tragedia diría yo.
Por ahora, he acabado con la literatura en francés, y me decanto por un afrancesado como Paul Auster para continuar. La gran azaña será Dostoievski y su Crimen y Castigo para antes de final de año.
Ya me dirás algo respecto a tus horas libres, un beso.