«Se detuvo, pensativo, y sacudió a su vez la cabeza, y luego siguió su camino. El ratón se cruzó de brazos y empezó a mascar con aspecto ausente, y luego escupió precipitadamente al notar el gusto del chicle para gatos. El tendero se había equivocado.»
Jean-Paul Sartre, Jules Gouffé y Duke Ellington. Tres hombres para un París que parece Macondo. La realidad alterada por la fantasía y la poesía.
Parecen éstos los pilares para L'Écume des Jours, de Boris Vian.
Raymond Queneau habló de La espuma de los días como "la más desgarradora de todas las historias de amor contemporáneas".
A Boris Vian nunca le perdonaron en el hexágono su Vernon Sullivan, el pseudónimo con el que escribió varias novelas de corte americano entre las que destaca como ninguna otra J'ai cracher sur vos tombes (Escupiré sobre vuestra tumba). La crítica francesa, tan sutil y exquisita, no reconoció el hombre que había detrás de aquella carga de denuncia, violencia
y erotismo, y 'La Espuma de los días' no se convirtió en un Best-seller hasta casi veinte años después de morir.
Así se las gastaron con un hombre escurridizo y difícilmente encasillable.
Publicó esta obra en 1947, cuando toda francia estaba sumida en la oleada del existencialismo y algunos opinan que mientras el marxismo, fuerte en Europa y
Francia tras la guerra, buscaba con insistencia y lo lograba una función social en la literatura, él innovaba con las palabras y buscaba la fractura con lo decimonónico.
Yo no veo realmente dónde radica el problema, dónde Boris Vian renuncia a la crítica. ¿Alguien imagina de otro autor que Nicolás, el chef de Colin, fuese catalogado de una alcurnia superior a una "chica bien" como Isis por su trabajo, y que fuese el responsable del Círculo Filosófico de los Empleados Domésticos del Distrito? ¿Que Chick fuese considerado un don nadie por ser ingeniero, y cobrase menos que un obrero? ¿Alguien ha descrito mejor el control de la tecnología sobre el hombre que él, con la honorable excepción del piano-cóctel?
Será que como humilde aunque futuro historiador, no encuentro los límites entre diferentes disciplinas de trabajo. Y al igual que no veo la confrontación entre las ciencias naturales
y las sociales (Edward Hallet Carr dixit), no encuentro la ruptura de Boris Vian con el entorno intelectual de la época. Creo que existe renovación en el lenguaje,
deconstrucción en sus palabras y un ingenio tan mordaz como sufrido e intimista. Pese a ello, recomiendo encarecidamente la edición de Elena Real en Cátedra Letras Universales, sus pies de nota y su introducción a la obra de algo más de setenta páginas en edición bolsillo. No voy a ser yo quién me confronte a ella, vivo en un completo y absoluto gris en el cual voy buscando luces y claros para mi conocimiento personal.
En esa introducción se nos explica el título elegido por el autor. La espuma de los días. Es un factor clave esos días no definidos: el tiempo, o su paso. Como la espuma, ¿verdad? Todas esas burbujas que aparecen con el movimiento del agua pero en el momento menos esperado quizás revienten y se pierdan para siempre. La bondad, el éxito, el reconocimiento, el sacrificio, el dinero, el amor, la belleza. Cuando leo a través de referencias, procuro no enterarme de nada relativo al sujeto de atención: firmado originalmente de su puño y letra, pensaba conforme leía el libro en un título pomposo, ligero, artificial. Nada más lejos de la realidad: quien se adentre y lo lea con unas buenas gafas (esas que deben de vender para evitar los clichés y las generalizaciones por la nacionalidad del autor) me comprenderá.
Hará algún tiempo, escuchaba al despertar en la radio con motivo de la eclosión de las redes sociales, aquello que muchos habrán escuchado alguna vez: para catalogar a alguien como amigo, deberíamos de pensar a quién le pediríamos una cantidad significativa de dinero (50€ era el caso que yo escuchaba) en caso de un apuro y quién nos lo prestaría si dispusiera de él. Según ese razonamiento, yo debería de ser amigo de muchos pero no podría extenderme demasiado contestando cuántos se prestarían a lo mismo. Colin, quien en principio puede hacer desconfiar al lector en por su egocentrismo y su deseo por hacerse con Chloé, resulta ser uno de estos altruistas. Lamentablemente, un en principio amigable, ignorante y desgraciado Chick no se preocupa finalmente de cumplir con el propósito del dinero prestado por su mujeriego amigo. Cuando Colin lucha, se arruina y decide hasta la deshonrosa determinación de trabajar por Alise, nunca le recrimina ese préstamo mal usado. Quizás la resignación había acabado con él mucho antes que la trama, quizás por eso su casa adoptaba formas angustiosas y se alejaba de su localización inicial, como un primigenio Cien Años de Soledad. Pienso que yo no podría haber mantenido esa postura, llamadme mal amigo.
La buena vida, el amor, el tiempo, la pasión, un nenúfar, la muerte y la angustia se funden en esta historia bañada en cócteles y jazz.
Anagramas, neologismos, pseudo-títulos, parodias, compositores, referencias literarias y situaciones fantásticas como aquella nube rosada que baja del cielo para acompañar a Colin y Chloé o mi desde ahora gran amigo el ratoncito gris de bigotes negros, harán de la tragedia algo fundamental pero no único. Hasta en su angustia vital y en su personal París, capital del amor trágico, Boris sabía crear pequeñas pompas en el agua del dolor.
Alude también a un miembro del politburó del Parti Communiste Française de manera incongruente en un principio. Once años después de este libro, citará a Paul Vaillant-Couturier en En avant la zizigue como autor de canciones antimilitaristas. En el día de los desfiles militares, de la hispanidad, en otros tiempos de la raza, yo me despido con Le Déserteur.
Quien quiera, puede seguir si lo desea con el especial que Juan de Pablos realizó sobre la persona y el personaje de B.Vian en su Flor de Pasión.
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