Ya tenía ganas –casi una necesidad- de dedicar unas
palabras a algo que no estuviese dictado por la tristeza, marcado por el sabor
a despedida que han caracterizado las últimas entradas de este blog. Así que,
sugerido por la conmemoración, la semana pasada, de la primera edición de El
principito he encontrado el motivo perfecto.
Sí, fue un 6 de abril de hace setenta años cuando se editó por primera vez este
delicioso librito de apenas poco más de cien páginas que con el tiempo se ha
convertido en una de las obras más vendidas, reeditadas y conocidas de la
literatura.
La historia de ese niño curioso y frágil,
procedente del lejano asteroide B-612, que aparece misteriosamente en la tierra
para cuestionar con lúcida sencillez el mundo en el que vivimos, ha traspasado la
frontera del tiempo y se muestra hoy con la misma frescura y actualidad que en
aquel momento. Es más, quizá ahora, en estos tiempos marcados por la deshumanización
de personas, poderes e instituciones, hay que reivindicar, si cabe con más
fuerza, la lección que se desprende de su lectura, los valores por los que apuesta:
la generosidad, la tolerancia, el respeto, el valor de la amistad, la rectitud
moral, la pureza de la infancia, el cuidado de nuestro planeta…
Si, la obra nos habla de valores y
actitudes : nos invita a conocernos, a aceptar lo misterioso, a conservar algo
del niño que fuimos, a cuidar lo que nos rodea, a diferenciar lo esencial de lo
accesorio, a tomarse el tiempo necesario para saborear la belleza, para cultivar la amistad, para descubrir
otra forma de mirar y estar en el mundo… " No se ve bien sino con el corazón. Lo
esencial es invisible a los ojos"
He evitado
aquí, lógicamente, contar de qué va
El principito, y confío en que lo apuntado sea un aliciente (aunque nunca se
sabe) para su lectura o relectura. Porque –quiero destacar- éste es un libro
de esos que hay que leer más de una vez , que encierra diferentes niveles de comprensión
según la edad y, por tanto, la experiencia vital de cada lector. No es lo mismo
sumergirse en él a los doce que a los diecisiete, y mucho menos ya de adulto.
Como lectura infantil –adaptada a veces- la fábula funciona, tierna y extraña, como un cuento más, con sus animales y su príncipe
incluido. Luego, desde la perspectiva del lector adulto dicha fábula se
convierte en metáfora poética, adquiere
un valor simbólico evidente que se amplia y completa en cada lectura. Y es
curioso que, sea cual sea la peripecia vital por la que el lector esté atravesando,
siempre se encuentra, una reflexión que parece increparlo o algún comentario en
cuya sugerencia no se había reparado
anteriormente. Sumergidos en la lectura,
las andanzas de ese niño entrañable nos suscitan la sonrisa, sus frases
aparentemente sencillas nos cuestionan y el diálogo del protagonista con sus
interlocutores se convierte en diálogo personal e íntimo de cada lector. Y, por
supuesto, lo narrado nos vuelve a tocar ese “corazoncito” que a menudo
recubrimos de tantas capas…
Así que,
desde luego, os invito a leer o releer El principito; así seréis vosotros los que
descubráis “otra forma de mirar y estar en el mundo” y los que entendáis por qué es una suerte sentirse “domesticado”,
tener un amigo que te diga “Apprivoise-moi!”.
Precioso texto.
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