sábado, 13 de abril de 2013

70 años de El principito



Ya tenía ganas –casi una necesidad- de dedicar unas palabras a algo que no estuviese dictado por la tristeza, marcado por el sabor a despedida que han caracterizado las últimas entradas de este blog. Así que, sugerido por la conmemoración, la semana pasada, de la primera edición de El principito he encontrado el motivo perfecto.

Sí, fue un 6 de abril de hace  setenta años cuando se editó por primera vez este delicioso librito de apenas poco más de cien páginas que con el tiempo se ha convertido en una de las obras más vendidas, reeditadas y conocidas de la literatura.





La historia de ese niño curioso y frágil, procedente del lejano asteroide B-612, que aparece misteriosamente en la tierra para cuestionar con lúcida sencillez el mundo en el que vivimos, ha traspasado la frontera del tiempo y se muestra hoy con la misma frescura y actualidad que en aquel momento. Es más, quizá ahora, en estos tiempos marcados por la deshumanización de personas, poderes e instituciones, hay que reivindicar, si cabe con más fuerza, la lección que se desprende de su lectura, los valores por los que apuesta: la generosidad, la tolerancia, el respeto, el valor de la amistad, la rectitud moral, la pureza de la infancia, el cuidado de nuestro planeta…
Si, la obra nos habla de valores y actitudes : nos invita a conocernos, a aceptar lo misterioso, a conservar algo del niño que fuimos, a cuidar lo que nos rodea, a diferenciar lo esencial de lo accesorio, a tomarse el tiempo necesario para saborear la belleza, para cultivar la amistad, para descubrir otra forma de mirar y estar en el mundo…  " No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos"
He evitado aquí, lógicamente, contar de qué va El principito, y confío en que lo apuntado sea un aliciente (aunque nunca se sabe) para su lectura o relectura. Porque –quiero destacar- éste es un libro de esos que hay que leer más de una vez , que encierra diferentes niveles de comprensión según la edad y, por tanto, la experiencia vital de cada lector. No es lo mismo sumergirse en él a los doce que a los diecisiete, y mucho menos ya de adulto. Como lectura infantil –adaptada a veces- la fábula funciona, tierna y extraña,  como un cuento más, con sus animales y su príncipe incluido. Luego, desde la perspectiva del lector adulto dicha fábula se convierte en metáfora poética,  adquiere un valor simbólico evidente que se amplia y completa en cada lectura. Y es curioso que, sea cual sea la peripecia vital por la que el lector esté atravesando, siempre se encuentra, una reflexión que parece increparlo o algún comentario en cuya  sugerencia no se había reparado anteriormente.  Sumergidos en la lectura,  las andanzas de ese niño entrañable nos suscitan la sonrisa, sus frases aparentemente sencillas nos cuestionan y el diálogo del protagonista con sus interlocutores se convierte en diálogo personal e íntimo de cada lector. Y, por supuesto, lo narrado nos vuelve a tocar ese “corazoncito” que a  menudo recubrimos de tantas capas…
Así que, desde luego, os invito a leer o releer El principito; así seréis vosotros   los que descubráis “otra forma de mirar y estar en el mundo” y los que  entendáis  por qué es una suerte sentirse “domesticado”, tener un amigo que te diga “Apprivoise-moi!”.


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