lunes, 4 de febrero de 2013

Intemperie, de Jesús Carrasco

Creo que alguna vez lo he comentado pero, como me llamó tanto la atención, es perdonable que lo repita. La protagonista de 84 Charing cross road -deliciosa novela, por cierto- compraba sólo los libros que había leído y que consideraba que merecían la pena tener. Yo no soy de esas lectoras y a veces compro libros impulsivamente: poque me gusta la portada o la presentación de la  contraportada, porque me lo recomienda alguien, porque oigo una buena critica del mismo, porque me choca el título...
El libro que acabo de leer y al que me apetece dedicarle un comentario, Intemperie de Jesús Carrasco, corresponde a estos últimos y se coló en mi biblioteca bruscamente: la palabra que le da título me había estado rondando en la cabeza, obsesiva -por razones que no interesan aquí- durante toda la mañana y, al final de la misma, me volví a topar con ella al  oír la reseña que en la Cadena Ser le dedicaron al recomendar la obra. Así que, ni corta ni perezosa, por la tarde ya me lo estaba comprando. Y lo he disfrutado y sufrido durante toda la semana.
Pero, bueno, vayamos a lo sustancial. 
Es una novela cuyos protagonistas no tienen nombre (el niño, el aguacil, el cabrero) y con un eje argumental sencillo: la huida de un joven de corta edad de su tierra por razones que en principio no sabemos; la persecución agobiante por parte del alguacil (símbolo de una autoridad opresora e incivil); las dificultades de esconderse y sobrevivir en un territorio inhóspito donde encontrar restos de agua es tarea en la que cada día hay que empeñar la vida ; el encuentro con el cabrero, el hombre del que el niño aprenderá no sólo lo básico para adaptarse a esa tierra yerma y protegerse de sus bárbaras  gentes sino, también, los principios que le permitirán afrontar con dignidad un futuro que no se adivina fácil pero que, al menos, se vislumbra.

Quiero advertir que creo que el libro no va destinado a un lector joven. Tanto por la riqueza y complejidad de su vocabulario como por la historia que narra exige un lector maduro, capaz de apreciar la fuerza de la metáfora vital que propone y la precisión y el preciosismo de un lenguaje con un poder sugeridor impresionante. Por momentos tienes la impresión de que el narrador, unas veces a través de la sugerencia, otras por medio de  frases lapidarias o palabras convulsas va cincelando en el lector paisajes, sensaciones, sentimientos que se experimentan de una forma casi física. Al menos, yo así lo he hecho. Una maravilla de narración.

Así comienza:
"Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar. Berreos como jaras calcinadas. Tumbado sobre un costado, su cuerpo en forma de zeta se encajaba en el hoyo sin dejarle apenas espacio para moverse. Los brazos envolviendo las rodillas o sirviendo de almohada, y tan sólo una mínima hornacina para el morral de las provisiones. Había dispuesto una tapadera de varas de poda sobre dos ramas gruesas que hacían las veces de vigas. Tensó el cuello y dejó suspendida la cabeza para poder escuchar con mayor claridad y, entrecerrando los ojos, aguzó el oído en busca de la voz que le había obligado a huir. No la encontró, ni tampoco distinguió ladridos y eso le alivió porque sabía que sólo un perro bien adiestrado podría descubrir su guarida."

1 comentario:

  1. Me hubiera gustado conocer el nombre del viejo...
    Un abrazo.

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