domingo, 23 de octubre de 2011

Historia de una maestra


Josefina Aldecoa
“La libertad está ahí y hay que luchar por ella, pero no empieces a conformarte con las palabras.
Las palabras se gastan y pierden brillo”. (Historia de una maestra)

El lunes pasado acompañé a nuestra alumna Judit García al instituto Luis Vives, donde nos representaba en el Concurso Hispanoamericano de Ortografía.
La prueba consistió en varios ejercicios, entre ellos un dictado. En esta ocasión  se escogió una obra que viene bien recordar en estos tiempos en los que algunos sectores políticos parecen despreciar la labor de los docentes:  Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa.
Hace muchos años que leí la novela y aunque la recuerdo tan sólo a grandes rasgos, sí recuerdo que me impresionó el carácter de su protagonista, la valía ética de esa maestra que, en tiempos convulsos (la novela se ambienta desde los años veinte hasta el estallido de la guerra civil), lucha con su trabajo, su actitud y sus palabras por aquello en lo que cree: que la educación es un derecho de todos, que la educación hace ciudadanos libres y responsables y que es la única vía que nos puede conducir el progreso. La obra está basada en la vida de su madre y en la de muchos maestros de la República.
Josefina Aldecoa compatibilizó a lo largo de su vida su labor como escritora y docente. Así , junto al valor de su narrativa hay que destacar su actividad en la enseñanza: fundó el colegio Estilo, basado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza.
Murió, a los ochenta y cinco años, el pasado marzo.
Para ampliar datos sobre esta autora :
http://es.wikipedia.org/wiki/Josefina_Aldecoa


A continuación, podéis leer el fragmento que se utilizó para el dictado en el concurso mencionado y la sinopsis que figura en la última edición de Alfaguara.


Eran unos treinta. Me miraban inexpresivos, callados. En primera fila estaban los pequeños, sentados en el suelo. Detrás, en bancos con pupitres, los medianos. Y al fondo, de pie, los mayores. Treinta niños entre seis y catorce años, indicaba la lista que había encontrado sobre la mesa. Escuela unitaria, mixta, así rezaba mi destino. Yo les sonreí. «Soy la nueva maestra», dije, como si alguno lo ignorara, como si no hubieran estado el día antes acechando mi llegada. Recordaba al más alto, el del fondo. Parecía tener más de catorce años. Estaba medio subido a un árbol, cuando pasé ante él. Ahora me miraba en silencio. Le pregunté: «Eres el mayor, ¿verdad?» Negó con la cabeza y señaló a una niña más pequeña en apariencia.
«¿Cómo te llamas?», insistí. «Genaro, el del molino», contestó. «Pero ¿cómo te apellidas?» Farfulló algo entre dientes. «Está bien, Genaro. Tú vas a ser mi ayudante.» No se movía y tuve que pedirle: «Ven a mi lado.» Salió de su fila, avanzó por el corto pasillo entre los bancos y la pared y se detuvo cerca de mí sin acercarse del todo.
-La escuela está vieja y sucia -dije a todos- y la vamos a arreglar. No podemos trabajar en un lugar tan feo.
Luego me dirigí a Genaro.
-A la salida busca cal y una brocha y di a cuatro de los mayores que se queden con nosotros.
Después pregunté cuántos sabían leer y escribir y sólo una pequeña parte levantaron la mano. Así que los dividí en grupos, puse cerca de mí a los más pequeños y les dije:
-No podéis sentaros en el suelo. Mañana cada niño traerá una silla y una tablita para apoyar su cuaderno.
Como ninguno tenía cuaderno, arranqué una hoja de mi Diario para apuntar: «Pedir al pueblo grande treinta cuadernos y treinta lapiceros.»
Aquel mismo día, cuando la tarde caía y las montañas envolvían en sombras anticipadas el valle, se abrió la puerta de la cocina de María y allí estaba el Alcalde, malhumorado y hosco. Sin quitarse la gorra, sin pasar de la puerta, me señaló con la cachaba y dijo:
-Aquí no ha venido usted a pintar la escuela. Aquí ha venido usted a tener a los chicos bien enseñados. Así que déjese de pinturas...
Y se marchó. Me acerqué al umbral y le vi perderse por la calleja adelante. Una media luna pálida apareció entre dos montes. Por el río ladraron perros. Contestaban otros en el pueblo. Me parecían ladridos tristes, ululantes. Respiré hondo el aire fresco que venía a rachas cargado de olores campesinos, yerba seca de los pajares, abono, leche agria.
Siempre que me pongo a recapacitar sobre aquellos pueblos de mi juventud lo primero que me viene a la memoria son los olores, los colores, las sensaciones más elementales. Aunque yo diga: pensaba esto o lo otro, seguro que no era así, seguro que eso me lo imagino yo ahora, al paso del tiempo. Pero de lo que sí estoy segura es de las sensaciones.

Portada de Historia de una maestra
Una narración hecha desde el recuerdo, llena de verdad y de sentimientos auténticos.
En 1923 Gabriela recoge su título de maestra. Es el comienzo de un sueño que la llevará a trabajar en varias escuelas rurales en España y en Guinea Ecuatorial. Historia de una maestra es la narración, hecha desde la memoria, de la vida de Gabriela durante los años veinte y hasta el comienzo de la guerra civil.
Con el trasfondo de la República, la revolución de Octubre y la guerra, esta novela rememora aquella época de pobreza, ignorancia y opresión, y muestra el importante papel de la enseñanza y de aquellos que lucharon por educar un país.
Contada desde la verdad del recuerdo, con sentimientos que apenas nos atrevemos a reconocer y desde una progresiva toma de conciencia, Josefina Aldecoa nos abre un camino a la esperanza y al idealismo.

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