miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ana María Matute,contando historias desde los cinco


La miraba en televisión estos pasados días en que todas las cadenas se hacían eco de su reciente premio Cervantes, y me maravillaba verla: sencilla e ilusionada con su Cervantes, lúcida y aparentemente feliz. Se diría que feliz e ilusionada como un niño.Qué suerte alcanzar esa edad de esa forma: con el reconocimiento de todos sobre el trabajo y la valía de una vida dedicada a conocer y tratar de explicarse el mundo -y a uno mismo- a través de la palabra; y con la salud mental y física suficiente para que, aunque con arruguitas y achaques, se siga siendo lo que siempre se ha sido. Quizá a mí, testigo del alzheimer de mi madre, me conmueva más que a otros verla así: disfrutando de ese premio merecido y escribiendo nuevas historias para atravesar “el bosque”, para atravesar “el espejo”; nuevas fábulas en las que reconocernos a pesar de que las consideremos irreales o fantásticas
Esta semana les mostraba a algunos de mis alumnos la edición especial que se hizo sobre sus cuentos de niña (Cuentos de infancia, ediciones Martínez Roca). Es curioso ver cómo muchos elementos y temas característicos de su narrativa están ya ahí, en esas historias ingenuas en las que se adivina ya un extraordinario pulso narrativo, sorprendentemente ágil e intuitivo si consideramos la edad en que se escriben. Igualmente sorprenden, las ilustraciones que lo acompañan, los dibujos que la propia Ana María inventaba para cada historia. Algunos son realmente deliciosos.
Si alguno de vosotros está buscando una lectura para estas próximas vacaciones navideñas podéis optar por esta dama de cabellos blancos y corazón de niña. Os recomiendo un título, Aranmanoth.
Os copio una breve reseña y el inicio de la obra.

Aranmanoth es una novela de iniciación a la vida y al amor, protagonizada por un muchacho medio humano medio mágico, hijo del Señor de Lines y de un hada de las aguas. En una Edad Media ensombrecida por guerras infinitas, Aranmanoth parte en búsqueda de su destino, alejándose de los demás mortales y obedeciendo a misteriosas señales de las hojas de los árboles o de los pájaros que atraviesan el cielo. Aranmanoth y Windimanoth, su niña amada, esposa de su padre, viajan en pos de un sueño de plenitud, hacia la tierra prometida de su infancia que, poco a poco, revela hallarse en su interior. En ese viaje por las tierras simbólicas de una Edad Media mítica y sensual, aprenderán que la belleza y el amor entrañan dolor, y que la realidad asedia siempre a los deseos y los sueños.

"Durante los primeros años de su vida, cuando aún no le habían apartado de su madre, Orso creyó oír voces. Eran voces misteriosas y no humanas, voces que se adentraban en el silencio, que revoloteaban a su alrededor y se introducían en su mente encendiendo su curiosidad. De ellas hablaban las sirvientas en las noches junto al fuego, cuando el crepitar de los leños, el rumor de las ruecas y sus conversaciones permitían a Orso desvelar algunos de sus más escondidos secretos. Él respetaba esos secretos, los buscaba y los deseaba. Pero nunca llegó a desentrañarlos del todo ni a hacerlos suyos. Eran secretos de mujeres, y él no era más que un niño que sentía cómo la sed de conocimiento crecía en su interior.
Ellas hablaban, al parecer, de un tiempo que se perdía en la memoria de los humanos. Orso, aunque fingía dormir, agazapado, de tanto en tanto aparecía inesperadamente entre ellas, que le acogían alborozadas. Y una noche oyó decir a su madre: "Son las voces que pierde el Tiempo en su tejer y destejer al derecho y al revés... ".
Años después, cuando, muy lejos de su casa, se aprestaba a ser nombrado caballero, Orso creyó olvidar esas voces. Pero, tras el anuncio de la muerte de su madre, regresaron a su memoria, y de nuevo se avivaron en él la necesidad de saber y el suave y misterioso temblor de aquellos días en que aún era un niño.
No tuvo mucho tiempo para meditar sobre estos asuntos. Porque en el mundo de los hombres, donde Orso habitaba, vivía y se entrenaba para ser como ellos, y raramente tenían cabida cavilaciones acerca de sentimientos, voces y secretos.

Orso era el único hijo del Señor de Lines. Su padre esperaba de él tantas y tan buenas cosas que, salvo en contadas ocasiones, Orso se sentía aprisionado en una mano de hierro que oprimía cada día un poco más su corazón ...

2 comentarios:

  1. Lo dijo ella en su discurso de ingreso en la Real Academia..."La palabra hermano, la palabra miedo, la palabra amor, son palabras muy simples, pero llevan el mundo dentro de sí. No siempre es fácil, ni sencillo, descubrirlo. Hay que intentar alcanzar el oculto resplandor de esas palabras, de todas las palabras, o de una sola que todavía nadie oyó nunca pronunciar."

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  2. En ese discurso me quedo yo "atrapada" dos por tres. Me gusta especialmente. Y sí:
    " La palabra es lo que nos salva. Porque todos y cada uno de nosotros llevamos dentro una palabra, una palabra extraordinaria que todavía no hemos logrado pronunciar. "

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