domingo, 7 de marzo de 2010

Recital poético de Ignacio Caparrós

La que iba a ser una charla-encuentro con Ignacio Caparrós sobre su obra y la de Baudelaire se convirtió en “recital poético” de este poeta sobre su propia obra. Dejando aparte lo que motivó tanto el cambio de enfoque como el de fecha (un día antes de lo anunciado) la actividad resultó muy interesante y gustó bastante a todos (profes y alumnos/as): recitó sus poemas y nos invitó a “titularlos”, comentó alguna anécdota sobre lo que inspiró algún verso y sobre su concepción de la poesía. Para él no es –sólo- “sentimiento” ni producto de “las musas” sino “palabra” (trabajada, buscada, peleada… lo que os aconsejo siempre que hagáis no sólo con la poesía sino con cualquier escrito )
Ayer, leyendo el libro que tuvo el detalle de regalarme, Templos vacíos, pensé en seleccionar algunos versos e invitaros a su lectura. Entre el primer poema, Prometeo, y el último, El poeta, -los dos poemas "amputados" para esta selección- desfilan dioses y héroes con sus historias y anhelos, con lo que vemos en ellos en una época tan alejada de ellos.
En palabras de su autor: “Se trata de una obra dura en la que hago un recorrido por distintas mitologías y en donde sus protagonistas reviven sus leyendas adaptándolas a la contemporaneidad. El libro está articulado en dos ejes, uno compuesto por poemas sin rima estable, cuya fuerza proviene de su ritmo interior, y otra formada por versos tradicionales.”
PROMETEO
I
Si los dioses existen
sólo es porque nosotros los hemos inventado.

El mito no antecede a la ignorancia,
como tampoco el fruto a la savia que lo nutre
en el tallo vivaz que coronan las flores.

Así, el hombre erigió
ante su miedo un orbe de presencias
soberbias, caprichosas, implacables,
crisoles de esas llamas que nublaban su juicio.

Pues balbuciente fue su forma
de interpretar el rayo, el sol, la luna,
las arcanas estrellas y el relámpago,
o la lava del búfalo corriendo
por la pradera ardida en sus irisaciones.

Después, estatuyó una norma,
jerarquizó la luz, le puso nombres
a todas las leyendas que se había creído,
hasta inventar la culpa y el pecado,
punibles sólo por aquellos
que a su altura debían su voluble justicia.

Confusamente fue legando
su turbación al buey, a la serpiente,
al gato, al búho, al brío del caballo,
a cualquiera criatura que pudiera
simbolizar al fuego que eternamente rige
su sombrío destino de fugaz transeúnte
bajo la noche eterna del eterno silencio./.../


EL POETA
/.../Cegado, pero lúcido, por el rayo de Apolo
transita por la vida como un ángel vencido.
La soledad frecuenta en medio del ruido.
La vida lo acompaña cuando camina solo./.../

Nunca sabrán los dioses del fuego en que me incienso.
Los hombres no sabrán por qué ardía mi mente.
Cuando la muerte quiera encontrarme de frente
sólo hallará mi cuerpo. No lo que me hizo intenso.

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