domingo, 25 de octubre de 2015

SI EL MUNDO FUERA POESÍA, un relato de Rebeca Martínez


Siempre me alegra ver cómo algunos ex-alumnos se dejan caer de vez en cuando por el centro, bien  para cosultarnos algo , bien para , simplemente, hacernos una visita. A veces, si tenemos clase, apenas los podemos atender pero ellos saben que son bien recibidos. La semana pasada nos visitó Rebeca Martínez.
Rebeca se distinguió el curso pasado por ganar diversos certámenes literarios, entre ellos el nuestro, el que patrocina el AMPA. Como en junio, con el final de curso,  me pareció momento poco propicio para publicarlo en este blog, le comenté que lo haríamos por estas fechas, y así, animar a los alumnos aficionados a escribir a presentarse este año. El otro día, mientras charlábamos se lo recordé y le pedí que me enviase el relato ganador de nuestro concurso para hacerlo. Con buen criterio -supongo que ha pensado que dicho relato ya se publicó en la revista del instituto- me ha enviado otro distinto que,  estoy segura, os gustará. Gracias, Rebeca, por tu colaboración. Y a seguir cultivando y disfrutando la pasión de escribir.

  
SI EL MUNDO FUERA POESÍA

“Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.”
La anciana madame Herestia cerró el libro de cuentos con un golpe sordo. Observó al pequeño Alexéi y esbozó una sonrisa de ternura. El niño se había quedado dormido antes de saber el final de la historia, como cada noche.
Madame Herestia se levantó del sillón, no sin cierta dificultad, y dejó el volumen sobre la mesita de noche. Le dio un beso suave en la frente y se marchó de la habitación en un silencio sepulcral.
Hacía varios años que la anciana cuidaba de los hijos de la familia Burdock. Se trataba de una familia adinerada, muy conocida en los círculos sociales más elevados. El señor Burdock, amigo íntimo de madame Herestia, le había pedido una infinidad de veces que se encargara de los niños mientras el matrimonio estaba fuera de la ciudad. Como la mujer enviudó joven y no volvió a casarse, nunca tuvo descendencia, de forma que siempre estuvo dispuesta a quedarse con los hijos de los Burdock tantas veces como hiciera falta.
Sin embargo, con el tiempo, la hija mayor, Eliary, fue volviéndose más distante y fría con su cuidadora. En secreto, había llegado a culparla de que sus padres pasaran cada vez menos tiempo en casa, lejos de su familia.
Madame Herestia se acercó lentamente a la habitación de Eliary, esperando encontrarla estudiando, como de costumbre. Por el contrario, se llevó una grata sorpresa. Eliary estaba tumbada en su cama, leyendo distraídamente un libro de poemas.
-No sabía que te gustara la poesía.-comentó la siempre cariñosa madame Herestia. Eliary resopló molesta por la interrupción.
-No me gusta.-replicó.-Es para clase. Tengo que aprenderme un poema, recitarlo y explicar su significado, pero no entiendo ninguno de ellos.-hizo un mohín de disgusto y continuó su lectura, dando por concluida la conversación.
-Eliary, la poesía es el eco del alma. No puedes leerla sin más. Tienes que ver más allá.-madame Herestia se sentó a su lado y tomó el libro. Abrió una página al azar y observó detenidamente cada verso, como si pudiera ver en cada uno de ellos un significado oculto. Eliary, irritada por recibir una ayuda que no había pedido, se levantó y se dirigió a la puerta de su habitación.
-Señora, le agradezco sus buenas intenciones, pero creo que podré hacer el trabajo para clase yo sola.-abrió la puerta esperando que se marchara.
Madame Herestia suspiró y se levantó de la cama.
Sin embargo, antes de salir, dijo:
-Tal vez tenga algo que te sirva para tu trabajo. Es un libro muy especial que seguro te ayudará a amar la poesía. Si quieres, puedo dejártelo.
Eliary meditó un instante la sugerencia de la mujer. Finalmente, aceptó.
La cuidadora se marchó a su cuarto en busca del libro y, una vez lo encontró, se lo llevó.
-Cuídalo bien, es un libro muy especial.-le entregó el pesado tratado y le deseó buenas noches, cerrando la puerta tras de sí.
Eliary miró la portada austera, en la que tan solo se leía el título: Si el mundo fuera poesía. Las pesadas tapas de cuero marrón que cubrían el libro estaban desgastadas por el uso. Calculó que tendría aproximadamente mil páginas, y el desánimo fue creciendo. No se imaginaba leyéndose aquel enorme poemario. Si ya le parecía un suplicio leerse un solo poema, ¿cómo iba a poder con más de mil páginas repletas de ellos?
Eliary se resignó y abrió el tratado por la primera hoja. En ella, encontró una dedicatoria: Gracias por todo. Vuelve pronto, te estaremos esperando.
La joven no entendió bien esa extraña dedicatoria, pero lo más notorio fue que carecía de firma.
Se sentó en la única silla que había en el cuarto y comenzó a leer. No pasó mucho tiempo hasta que las palabras y los versos comenzaron a mezclarse en su cabeza, y poco a poco el sueño y el cansancio fueron venciendo. Sin darse cuenta, acabó durmiéndose con el libro abierto sobre el regazo.

A la mañana siguiente, entraron por la ventana los primeros rayos del sol, despertando a Eliary, que no entendió cómo había podido adormecerse sin darse ni cuenta.
Se levantó de la silla con el consiguiente dolor de espalda por haber dormido en mala postura. Tras echarle un rápido vistazo a la habitación, tuvo la impresión de que algo había cambiado allí. A primera vista, todo estaba tal y como ella lo tenía. Sin embargo, aquella extraña sensación no la abandonaba. Revisó cada rincón del cuarto, y no advirtió nada singular. Finalmente, se encogió de hombros y dio por sentado que eran imaginaciones suyas hasta que, por fin, algo llamó su atención: el libro que madame Herestia le había prestado había desaparecido.
La joven pensó inmediatamente que habría sido su cuidadora quien había cogido el grueso tomo, pero descartó rápidamente esa idea, pues lo más seguro es que, de ser así, la habría despertado para que se fuera a su cama a dormir.
Decidió olvidarse por el momento de la misteriosa desaparición y bajó a la cocina a desayunar. La inquietud fue a más al sentir que también la casa entera –y no solo su cuarto- tenía algo distinto. Pensó en lo mal que había dormido y en cómo afectaba eso a su entendimiento, pero la inquietud siguió ahí.
Al entrar a la cocina, no vio a nadie. Sorprendida, se preparó el desayuno, cada vez más intranquila. Una vez terminó de desayunar, se vistió y salió al jardín a regar las flores que, con la llegada de la primavera, comenzaban a abrir sus pétalos.
Comenzó a divagar sobre el trabajo pendiente para la próxima semana, cuando algo la empujó y provocó que cayera al suelo.
-¿¡Pero qué haces!?-gritó furibunda. Cuando giró la cabeza para comprobar quien se había atrevido a tirarla, se quedó aturdida.
Ante ella, había un pequeño burro de largas orejas que la miraba curioso. Avanzó hacía ella con intención de lamerle la frente, pero Eliary se apartó a tiempo, espantada.
-¡Aléjate de mí, bestia! ¿De dónde has salido?-se puso de pie tan rápido como pudo. Al momento, escuchó una voz masculina.
-No tenga miedo, joven. Este burro es mío.-un hombre alto y enjuto se aproximó con paso veloz, jadeando.-No le hará nada, es un buen animal.
-¿Se puede saber qué hace esta alimaña en mi propiedad?-vociferó Eliary.
-Me disculpo por mi imprudencia, señorita. No esperaba encontrar una mansión por estos lares, no después de tanto tiempo, por ello no llevaba atado a...
-¿De qué está hablando?-le interrumpió.-Este es el hogar de los Burdock, y lleva aquí varias décadas, como las casas vecinas.-Eliary señaló con la mirada los alrededores al tiempo que, asustada, comprobó que ya no quedaban ni los cimientos de las casas vecinas. El lugar donde antes habían sido construidas las mansiones más prestigiosas, mostraba ahora extensos campos y praderas hasta donde alcanzaba la vista. La joven sintió que estaba soñando y necesitó un buen rato para entender que no era así.
-Señorita, ¿se encuentra usted bien?-preguntó el hombre, preocupado.
-Aquí había casas enormes, tiendas, calles enteras… ¿Qué ha pasado?
Tras un instante de incertidumbre, el hombre sonrió y lo entendió todo.
-Ahora lo veo claro. ¡Usted debe de ser una viajera!
-No señor, no he viajado desde ningún lado, he vivido aquí toda mi vida.-respondió molesta.
-No, no. Me refiero a otro tipo de viajera. Usted viene del mundo real, ¿no es así?
Eliary comenzó a sentir lástima por aquel anciano. Probablemente se trataba de algún viejo loco.
Al ver el silencio de la muchacha, el hombre supuso que debía explicarle a qué se refería exactamente.
-Señorita, será mejor que me presente. Mi nombre es Juan Ramón Jiménez. Este es mi burrito, Platero.
-Mi nombre es Eliary, un gusto en conocerle.-contestó ella, haciendo un gran esfuerzo por recordar ese nombre que tanto le sonaba.
-Por lo visto no ha venido aquí por propia voluntad, ya que no tiene ni idea de donde está. Aunque esta le pueda parecer su casa, no lo es con exactitud, ni este es su mundo. Dígame, ¿ha llegado a sus manos un libro llamado Si el mundo fuera poesía?
Eliary asintió tímidamente. Aquella situación le parecía cada vez más extraña.
-Ese libro es una puerta hacía ese mismo mundo. Un mundo parecido al suyo, pero regido por las leyes de la poesía. Déjeme que se lo muestre, para mi será un placer.
-Esto es una locura. Debo estar soñando. ¿Un mundo de poesía? Y usted dice ser Juan Ramón Jiménez. Acabo de recordarlo, ¿no fue un famoso poeta? Y digo “fue” porque está muerto…
-Así es.-continuó alegremente el poeta.-Este libro podría decirse que es una especie de cielo para aquellos poetas que han muerto a lo largo del tiempo. Aquí somos infinitos, el tiempo no pasa para nosotros. ¿Le gustaría que le enseñara como son aquí las cosas?
Eliary asintió, todavía suponiendo que aquello no era más que un sueño o un delirio. Nada de eso podía estar sucediendo.
No muy convencida, siguió al poeta ladera abajo. Se sorprendió al comprobar que no quedaba nada de su ciudad, ni una callejuela, ni una casa. Todo había sido sustituido por extensos bosques, prados y planicies verdes hasta donde alcanzaba la vista. El olor a hierba fresca impregnaba el ambiente, y Eliary se sintió invadida por una extraña sensación de paz.
A lo lejos, vislumbró una figura sentada, con lo que parecía una pipa, mirando al horizonte distraídamente. El burrillo se adelantó con un trotecillo alegre, y cuando estuvo a la altura de la misteriosa figura, relinchó risueño. Eliary entrecerró los ojos para ver mejor de quién se trataba, y cuando se dio cuenta, los abrió de nuevo, pasmada. Recordó que recientemente había ojeado un poemario, “veinte poemas de amor y una canción desesperada”, y recordó que la foto del autor era la de la misma persona que estaba en ese momento ahí sentada, acariciando la tez oscura de Platero.
-Ricardo, buen amigo, cuánto tiempo hacía que no te veía por aquí.-saludó Juan Ramón Jiménez. Eliary lo miró contrariada.
-Juraría que se llamaba Pablo, y no Ricardo.
-No exactamente, mujercita.-intervino Neruda, saludando a los presentes con un gesto cordial.-Ese nombre por el que me conoces es mi pseudónimo.-sacó de una bolsa un par de higos morados y se los dio de comer a Platero, que los aceptó encantado.
-¿Qué te trae por aquí, Ricardo?-preguntó Juan Ramón.
-Simplemente, salí a dar un paseo, pero sentí algo extraño, como si algo hubiera cambiado, y no me equivocaba. Tú debes de ser una viajera, ¿no?-sonrió amablemente a la vergonzosa chica.
-Así es. Me llamo Eliary, un gusto en conocerle.-murmuró ruborizada.
-Dinos, Eliary, ¿qué te ha traído a este lugar?
-Tenía que hacer un trabajo para clase. Aprender un poema, recitarlo y explicar su significado, pero por desgracia no entiendo del todo la poesía.
-¿Has oído, Juan Ramón?-la interrumpió Pablo Neruda, indignado.-Ahora obligan a los jóvenes a tratar la poesía como un estudio más. ¡Cómo se fuera una lección de álgebra! ¿Cuándo enseñarán a sentirla, a crearla, y no a aprenderla? Alguien dijo hace tiempo que la poesía es el eco del alma. ¿Cómo se puede estudiar el alma de la gente?
-¡Eso lo dijo madame Herestia!-exclamó Eliary.
-¡Ah, Herestia!-Juan Ramón suspiró al oír su nombre.-¿Qué habrá sido de ella? Le escribí una bella dedicatoria, diciéndole que volviera algún día, y ya hace de eso tantos años…
Eliary recordó entonces la dedicatoria que había en la primera página del libro y se sorprendió. No esperaba que fuera una dedicatoria de alguien tan importante en el mundo de la literatura.
-Madame Herestia es mi cuidadora.-les explicó.-Apenas tiene tiempo para ella misma. Aun sabiendo todo lo que hace por mí, en los últimos años no la he tratado del todo bien.-se lamentó.
Juan Ramón y Pablo intercambiaron una mirada significativa.
-Pero niña, ¡estás a tiempo de cambiar! Madame Herestia no le habría prestado su pertenencia más preciada a cualquiera. Demuéstrale que estás arrepentida, ten por seguro que te perdonará.-Neruda puso su mano sobre su hombro como gesto de ánimo, y Eliary le sonrió.
-¿Sabes? Yo creía que la ruta pasaba por el hombre, y que de allí tenía que salir el destino. Y aún hoy lo creo. Tu destino era venir aquí para comprender a Herestia y para descubrir la poesía.
A lo lejos, en medio del inmenso campo, se dibujó un camino de baldosas, como por arte de magia. Sin embargo. Eliary no se sorprendió esta vez, y supo que aquella pequeña frase, que tanto significado encerraba, había trazado para ella el camino de vuelta a casa. No cabía en sí de felicidad por haber descubierto aquel magnífico mundo de poesía, y se despidió de los poetas, prometiéndoles volver, esta vez en compañía de madame Herestia. Todavía le quedaban muchos poetas por conocer, muchos versos por descubrir.
Para sorpresa de la joven, mientras andaba por la senda, encontró a madame Herestia sentada a la sombra de un fresno. Se aproximó corriendo a ella y la abrazó fuertemente, como cuando era pequeña.
-¡Oh, madame Herestia!-sollozó.-Siento mucho haber sido tan fría contigo todo este tiempo. He pagado contigo el enfado que sentía hacia mis padres. ¡Lo siento tanto!
-Mi niña, no te preocupes por eso. Claro que te perdono.-la cuidadora le acarició el pelo azabache, y Eliary notó algo extraño en aquella caricia. Sentía la misma ternura de siempre, pero su mano estaba tan suave y helada que parecía una brisa colándose entre sus rizos. También notó que sus ojos se habían vuelto más claros y pétreos. Se alejó cautelosamente, y un pensamiento fugaz se le cruzó por la mente. Quería negarlo, pero algo en su interior le decía que estaba en lo cierto.
-Madame, ¿es cierto que este lugar es una especie de cielo para los poetas muertos?
La cuidadora no respondió. Sonrió afligida y una pequeña lágrima transparente rodó por su mejilla. Eliary supo entonces que estaba en lo cierto: madame Herestia había muerto.
-Vamos, cariño, no llores.-Herestia trató de animarla cuando Eliary rompió a llorar.-Te he dado mi libro para que vengas a visitarme siempre que quieras. Te esperaré.
De pronto, todo se volvió oscuro.

Había pasado una semana angustiosa desde la muerte de madame Herestia. Al entierro habían acudido solo algunos conocidos cercanos, además de la familia Burdock. Eliary no soportó la ceremonia y se fue más temprano. Cuando llegó a casa, se fijó en que el libro de su cuidadora estaba tirado en el suelo, tal y como debió de caérsele la noche en que viajó a aquel extraordinario mundo. Lo recogió y sintió que sus fuerzas flaqueaban. El tratado le pareció mucho más pesado de lo que recordaba.
Lo abrió y se sintió impactada al ver una nueva dedicatoria, bajo la primera: Espero que te haya gustado mi regalo. No llores por mí, estaré bien. Ahora solo piensa en tu futuro y dedícate a él. Fdo: H.

Eliary contuvo las lágrimas y dejó el libro en la mesita de noche. Se sentó en su escritorio y, con una estilográfica y una hoja en blanco, decidió hacer caso a madame Herestia y dedicarse a su futuro. “Voy a ser poeta”, se dijo. Y comenzó a escribir.

jueves, 15 de octubre de 2015

Suerte a Nuria, nuestra representante en el XV Concurso Hispanoamericano de Ortografía


Este año, tras la prueba selectiva realizada en el centro, nuestro representante en el Concurso Hispanoamericano de Ortografía es la alumna Nuria García, que ya resultó ganadora el curso pasado del concurso interno "Mejoro mi Ortografía" .

El próximo lunes se realizará la fase provincial en el IES Luis Vives de Valencia.

Desde aquí le deseamos mucha suerte e, independientemente del resultado, nuestro reconocimiento por el nivel alcanzado en esta materia.

 Mimar la ortografía es mimar nuestra lengua. Y digo mimar - insisto- porque algunos, en vez de mimarla, la minan.


MUJERES QUE INSPIRAN

  Rosa Parks (1913 – 2005) El primero de diciembre del año 1955, en Montgomery ( Alabama), Rosa, una mujer negra , se sube al autobús que to...